Tomé está foto el viernes en pleno bullicio de la ciudad a las cinco de la tarde, junto al semáforo de esquina de Avenida Cabildo y Virrey del Pino. La cara de felicidad de Ivan era tan inmensa que quise capturar ese momento porque cuando pienso en autismo feliz, pienso en eso. Me cuesta ponerlo en palabras pero su cara en ese instante fue la mejor traducción posible. De la mano con su entrañable Mabel, Mabeluchis para nosotros, una suerte de pachamama tucumana, abuela postiza, que nos regaló la vida.

Hace 22 años que Mabel está con nosotros. Mabel no es experta en autismo pero con su mezcla de juguetona, cariñosa y rigurosa siempre supo cómo ayudarlo a Ivan. Y a todos nosotros como familia y por eso le voy a estar eternamente agradecida. Pasamos de todo con ella, la angustia de la incertidumbre hasta llegar al diagnóstico, el dolor de aceptarlo, esa etapa de berrinches que no lográbamos entender probando una y mil fórmulas para que pasaran, y ahora la adolescencia con su metro casi noventa y todos esos cambios de humor. Nunca se movió de nuestro lado. Fiel. Me prestó la oreja, su corazón y su abrazo después de tantas visitas a médicos, terapeutas y especialistas, y siempre me regaló una palabra de esperanza. Hasta vino con nosotros a capacitaciones para aprender a usar los pictogramas, agendas y comunicadores para ayudarlo a Ivan a traducir el mundo.

Estos últimos meses de Ivan con su adolescencia no fueron nada fáciles. En el medio de esa adolescencia brava que disparó obsesiones, irritabilidad y exabruptos, tuvimos que aprender a escucharlo a Ivan. Más que nunca tuvimos que aprender a leer entre líneas. A traducir eso que no podía expresar en palabras. A aceptar que como todos nosotros necesitaba cambiar.

Esa flexibilidad que tanto trabajamos con él, en definitiva era a nosotros, los que lo rodeamos, a los que tanto nos costaba. Uno se aferra a lo conocido, y se llena de miedos. Miedos invisibles que ni siquiera admitimos o podemos ver. Ivan con su malestar nos invitaba a sacudirlos y a mirarlos de frente.

Esta foto de Ivan es volviendo de su clase de arte, de un viernes relajado, primera vez que nos permitimos todos que no tuviera terapias un día. Pleno y feliz. Siempre me emociona ver cómo los bomberos en ese momento clave donde no puede llegar el camión cisterna, y lo único que queda para salvarse es saltar, sostienen esa cama elástica al unísono con extrema humanidad, y salvan la vida. Sin medir quién es el otro. Porque cuando estamos juntos nadie se cae.

Nadie de nosotros logra nada en la vida sin que otro le haya tendido la mano. ¿ Por qué nos cuesta tanto reconocerlo? Algunos como Ivan, la necesitan más tiempo o para siempre. Y con más intensidad. Lo que siempre nos salva es otro. Cada uno de nosotros con nuestra humanidad. Estando disponibles para el otro. Mirándonos. Reconociéndonos. Ni fórmulas mágicas ni palabras expertas. Nosotros, como las Mabeles de este mundo. Dando seguridad, apoyando, acompañando. Simplemente estando.

Carina Morillo, mamá de Ivan

Fundadora de Brincar por un autismo feliz: www.brincar.org.ar